sábado, 13 de septiembre de 2008

Mi gran boda griega

Estoy estresadísima. Como este finde haya sido un avance de temporada voy a tener que pedir vacaciones por agotamiento. En junio recibimos las chicas y yo la invitación de boda de unos amigos para septiembre, en Madrid. Era la época perfecta y teníamos la excusa ideal para hacer una escapada de teatros, cafés, shopping... Dándole vueltas, encontré la solución perfecta para no tener que pedir días, le propuse al dire un reportaje sobre la milla de oro de la Capital para lo que necesitaba respirar durante unos días aires madrileños. Su primera reacción fue una mirada de ¡Qué cara tienes! pero inmediatamente se echó a reír y me dijo: "Vale. Sólo por la imaginación que le echas te has ganado el viaje. Disfrútalo, pero el lunes quiero el reportaje sobre mi mesa y no admito excusas". Así que según llegué a casa el domingo me puse a teclear frenéticamente, total que entre las compras, la boda y el trabajo estoy extenuada.
El miércoles nos reunimos para cenar y ultimar el viaje mientras Manolo nos servía unos chispeantes manhattan reclamándonos los detalles de la boda para su novia, una fan de estos acontecimientos, por lo que le prometimos la crónica social.
Lorenzo Caprile, el evangelista de los diseñadores de novias dice que una boda es, quizás, uno de los pocos momentos en que nos está permitido dar rienda suelta a nuestros sueños y a nuestras fantasías más ocultas. Una boda es una ceremonia, no una fiesta de disfraces. No hay que perder la cabeza ni forzar la personalidad. La elegancia es sinónimo de naturalidad, discreción y coherencia; y así fue nuestra boda. El lugar que eligieron para la ceremonia, Casarrubuelos es un pueblecillo encantador y el escogido para la celebración sencillamente de ensueño, con sus jardines, sus fuentes, y una iluminación que enmarcaba el entorno como si se tratara de un paraje habitado por hadas, gnomos y diablillos. El novio y el testigo, como mandan los cánones, con el siempre elegante chaqué, que nuestro contrayente personalizó con una chispeante corbata naranja, a juego con los pajes y el ramo de rosas de la novia, muy en consonancia con su pícara personalidad. La testigo, espectacular con un explosivo dos piezas largo, en rojo, con el cuerpo bordado en diferentes tonalidades. La madre de la novia prefirió un precioso traje a media pierna en un delicado verde agua y la princesa de la historia se vistió con un exquisito diseño de encaje de la colección San Patrick que enmarcaba su figura, y se iba abriendo poco a poco como una campana formando la cola. La cascada de rizos semirecogidos adornada por perlas, el discreto maquillaje y el minimalismo de las joyas completaba un atuendo verdaderamente chic. Nosotros comimos perdices y ellos,
¿seguirán comiendo perdices?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay, como me recuerdan estas bodas a aquella a las que puso letra el gran dramaturgo hoy semiolvidado José María Rodríguez Méndez, "Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga". ¿Qué digo semiolvidado? Para esa juventud chic que se lustra con la falta de lustre y las menguadas y menguantes lecturas, Rodríguez Méndez es un extraterrestre o una invención mía. Esta chavalería fotogénica, la de la boda chic, sólo conoce a los famosines de "Sé lo que hiciste..." y "La noria". Amorosamente, el caballero de la corbata naranja. Volveré, o sea, aviso.

Anónimo dijo...

Caballero desesperado ibas perfecto, el tono de la corbata a juego con las flores de la solapa, los detalles de los pajes y el ramo de la novia fue sin duda la elección perfecta porque pusiste un toque divertido y personalizado en el clásico chaqué. Besos y feliz lunas de miel

Anónimo dijo...

quiénes eran estos famosillos de postín???

Anónimo dijo...

En breve se publicará un calendario con los "modelos más acertados"de la boda...