lunes, 21 de septiembre de 2009

La dama y el vagabundo

Mi infancia son recuerdos de un patio con una verja verde y un frondoso nogal que cada año nos saludaba el primer día de curso, batiendo con alegría sus esplendorosas hojas; de los anuncios, que cada agosto, irremediablemente, nos hablaban de la temible vuelta al cole con sus madrugones, su disciplina y sobre todo su horroroso uniforme, porque el uniforme de mi colegio era feo, feo, feo. Todavía hoy, muchos años después, tengo pesadillas con el polo/camisa blanca, el jersey de pico azul, la espantosa falda tableadas de cuadritos marrones y azules y los calcetines y los zapatos, primero marrones, después azules. No había otro uniforme más horripilante en toda la ciudad. Al cumplir los quince conseguimos que las monjas nos lo quitaran y terminamos el colegio vistiendo “de calle”. ¡Qué felicidad el primer día de aquel curso! Por fin éramos mayores y vestíamos como queríamos, o eso creíamos entonces. Yo odiaba el uniforme pero mi madre lo adoraba, siempre decía que era un invento genial, nos ahorraba una discusión diaria -desde pequeñita fui rebelde- a la hora de vestirme para ir a clase. Pasados los años he de reconocer, una vez más, que mami tenía razón. En este asunto estamos divididas, por lo que el viernes las chicas le pidieron a Gabi su voto para dirimir la cuestión de uniformes sí, uniformes no. Dos de las chicas son partidarias de que los peques tengan libertad de vestuario en el colegio, como la tuvieron ellas y la tercera de las chicas y yo, que íbamos al mismo cole, a la misma clase y somos amigas desde los catorce, somos partidarias del uniforme y de lo que ello conlleva: por un lado evita problemas a los padres y por otro espolea la rebeldía de los infantes contra las normas y les obliga a luchar por encontrar su propio estilo. Yo sólo les encuentro dos defectos, uno, que crean tribus y otro, que son antiguos y en general de bastante mal gusto. Una vez que le expusimos a Gabi nuestros argumentos nos pidió tiempo para deliberar ya que su misión era complicada. Su voto era el voto de calidad y decidía quien ganaba el debate. Su petición nos pareció justa y le sugerimos que cuando nos sirviese la segunda ronda de manhattan, nos comunicase su fallo, aceptó y así lo hicimos. Su voto fue para los uniformes. Ya sólo me queda hacer una petición. ¡Por favor!, que les den un toque más desenfadado, más juvenil, más moderno, más actual ¿Qué tal el adiós a las faldas tableadas, a las blusas, a los pesados zapatos, al azul marino, al gris, al marrón y hola a los colores alegres a los pantalones, las bermudas, las bailarinas, las faldas vaporosas lápiz y hasta a los vestidos?

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